La vida en una galería de arte, ese microcosmos en el que se combinan la pasión, el ego y el negocio, está regida por un conjunto tácito de normas que, por más que algunos quieran ignorarlas, resultan indispensables para navegar en este delicado entorno. Una de las reglas no escritas, pero absolutamente claras, es la manera en que un artista debe acercarse a un galerista. Y créanme, nada puede resultar más fastidioso y peligroso que un mal comienzo.
Recuerdo bien la primera vez que un artista llegó a la puerta de la galería sin previo aviso, con su dossier bajo el brazo como si fuera una carta de presentación destinada a impresionar. Sin embargo, lo único que logró fue estrellarse contra la pared de la incomodidad. No hay nada que desespere más a un galerista que un "¿Te importa si te enseño mi trabajo?" en medio de una jornada ya sobrecargada de compromisos y tareas.
Esto, mis queridos artistas, jamás debe hacerse. Y cuando digo jamás, lo digo con la misma firmeza con la que uno nunca debe presentarse en una cena elegante vestido de forma inapropiada. Si deseas que un galerista se interese en tu obra, hazlo con clase. La manera correcta de acercarse es siempre por email o, si eres especialmente sofisticado, a través de un correo físico. No hay nada que inspire más respeto que la formalidad de un primer contacto que permita al galerista revisar el material a su tiempo y decidir si la conversación puede continuar.
Un galerista no es un crítico de arte casual ni una estación de paso en el camino hacia el éxito. Son curadores, seleccionadores, pero también son gente ocupada, con agendas que no permiten la improvisación. Sé paciente. Los galeristas, como los poetas, tienen sus tiempos. Si lo que muestras tiene algo que valga la pena, créeme, ellos se pondrán en contacto contigo. Pero nunca, bajo ningún concepto, se te ocurra aparecer sin previo aviso.
Ahora bien, no todo en este mundo es tan rígido. Si realmente deseas avanzar en esta danza delicada de relaciones, hay algo que sí puedes hacer: visitar las exposiciones. Sí, ya lo sé, te suena a consejo genérico, pero no lo es. Si eres artista, se supone que te apasiona el arte, y nada mejor que demostrarlo con tu presencia habitual en las galerías. No te limites a enviar tu dossier y esperar una respuesta que no llega, hazte visible en el entorno que deseas conquistar. Si realmente te interesa el trabajo de un galerista y te atrae lo que está haciendo, demuéstralo con hechos, no con palabras vacías. Cuando uno va a una galería de manera regular, y aprecia el trabajo de otros artistas, es como si estuviera firmando una declaración de principios. El galerista sabrá que no eres un ególatra aislado, sino alguien que entiende lo que es el trabajo en equipo, alguien que respeta el arte y a sus compañeros. Y eso, créeme, es algo que se valora más de lo que imaginas.
Porque al final, ser un buen artista no solo tiene que ver con la destreza técnica, sino con la capacidad de formar parte de un ecosistema, con el entendimiento de que las relaciones en el mundo del arte son, en su mayor parte, humanas. Y como cualquier otra profesión, el galerista no busca complicaciones innecesarias. Hay muchos artistas talentosos, y el trabajo con ellos no siempre es sencillo. Por eso, uno de los mayores atractivos para un galerista es, sin lugar a dudas, el carácter. La buena gente, la que no da problemas, la que, además de crear, es capaz de relacionarse en armonía con los demás. En el fondo, todos queremos estar rodeados de personas que sumen y no resten. Y si en tus visitas, en tu manera de comportarte, de observar las exposiciones y de aprender, demuestras ser esa persona, el galerista te verá como alguien con quien vale la pena colaborar.
Así que, querido artista, la próxima vez que pienses en acercarte a una galería, recuerda: no es solo tu arte lo que está en juego, sino también tu actitud.
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