Dicen que el arte no entiende de prisas, que la creación necesita su propio tempo, que la inspiración no se puede forzar. Pero, queridos artistas, permitidme una observación: en el mundo real, donde las galerías no funcionan con humo y promesas, los plazos sí importan.
Esta semana toca inauguración. Una de esas exposiciones que llevamos planeando con uno o dos años de antelación, con toda la ilusión del mundo, con la energía que requiere levantar un proyecto artístico. Pero, ¿qué pasa cuando el artista en cuestión no ha terminado su trabajo a dos días de abrir puertas? Que la ilusión se convierte en estrés, en improvisaciones de última hora y en un ejercicio titánico de paciencia.
La he tenido que aplazar cuatro veces. Cuatro. Y aquí estamos, otra vez, corriendo detrás del reloj, intentando que la exposición no se derrumbe antes de empezar. Todavía hay obras sin terminar. El texto de sala ha sido un milagro de última hora. No he podido mandar notas de prensa, ni preparar el dossier, ni definir la lista de precios. No tengo nada. Y sin esos elementos, una exposición no es más que cuadros en una pared, esperando que alguien se detenga a mirarlos por casualidad.
A veces se olvida que una buena galería no es solo un espacio de exhibición. Es un motor de difusión, un puente entre la obra y el mundo, un engranaje que necesita funcionar con precisión. Y si el artista no cumple con su parte, si no es capaz de respetar los tiempos, de asumir que este es un trabajo como cualquier otro, entonces su futuro es incierto. No importa lo brillante que sea su talento si nadie quiere trabajar con él.
Los artistas creen que su única responsabilidad es crear, que su talento es suficiente carta de presentación, pero eso es un error. En este mundo, el arte no solo se pinta o se esculpe; también se gestiona, se comunica y se presenta de manera profesional. Y la profesionalidad empieza por algo tan simple como respetar los tiempos, entender que cada eslabón de la cadena cuenta, que un retraso suyo implica un problema para muchos otros.
Porque el montaje de una exposición no es simplemente llegar y colgar cuadros. Es coordinar el diseño del espacio, gestionar iluminación, realizar una estrategia de difusión, preparar material gráfico, asegurarse de que haya un discurso claro detrás de la muestra. Sin estos elementos, una exposición pierde fuerza, pasa desapercibida y se convierte en una oportunidad desperdiciada. Y no hay nada más frustrante que ver cómo un artista talentoso se sabotea a sí mismo por pura dejadez.
Así que, si alguna alma navegante ha llegado a este blog buscando respuestas sobre cómo moverse en este mundo, aquí tiene una lección que no enseñan en la facultad: ser profesional es tan importante como tener talento. Las oportunidades no se pierden por falta de genialidad, sino por falta de compromiso. Y un galerista al que le quitas las ganas es un puente que se rompe.
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